[Visto y considerando el retraso del 4º número de nuestra revista, aquí les adelantamos la continuación del artículo de Crítica del Arte: "Paladines y Palacios", incluido en la última edición de Aretha!]
Muchas veces, se toma el arte de manera lúdica, pasatista, y se habla metafísicamente de lo artístico, sin su proyección social; o en el mejor de los casos, se incluye, pero dejando detrás todo el soporte teórico y el análisis psicológico del fenómeno cultural que es el arte. A contramano de ello, aquí defenderemos al arte como camino hacia la consciencia de nosotros mismos como personas y como sociedad.
En la Primera Parte de este artículo -3ra. Edición de Aretha!- intentamos responder a cuestiones como: ¿Qué ES el Arte? ¿Qué NO ES el Arte? ¿Qué LOGRA el Arte? …pues bien, en esta segunda y última parte, insistimos entonces, en la problemática del Arte porque como revista Cultural que somos, no podemos dejar de tratarla con el detenimiento que se merece, y lo haremos, totalmente a contramano de lo que es políticamente correcto en el ambiente académico de las ciencias humanas y las artes: cerraremos lo que dejamos abierto, explicaremos porqués, y tomaremos ciertas posturas que no dejen lugar a ambigüedades (en tanto nos sea posible, claro), siempre, reflexionando sobre el acto de reflexionar: apuntando a lo concreto, pero también a lo abstracto que lo sustenta. Pero que se entienda bien: no es aspereza ni rigidez, sino un humilde -pero cierto- intento de lograr concreción y apartar la ambigüedad en un entorno que por carecer de ambas, muchas veces peca de inconsistente. Hacemos ello con la convicción de que si toda opinión es la expresión de voluntad de poder o la expresión de ambición del mismo, entonces, tenemos tanto derecho como el que más, a dar nuestra opinión, así como a defenderla con argumentos y erigirla como nuestra “verdad” y tú, lector, lectora, tienes igual derecho a hacer lo mismo con la tuya… (¡que para eso están las polémicas y el correo de lectores!)
Si partimos de la premisa de que “siempre hay un porqué”, no podríamos hablar de arte sin definirla, pero tampoco podríamos librarnos de explicar por qué y para qué deseamos hacerlo: al decidirnos a definir el arte, estamos buscando un orden dentro del caos, construyendo coherencia, explicándonos nuestro mundo, en contraposición a lo que implicaría no pretender definirla: alimentar la misma inconsistencia que criticamos.
Comencemos por donde pocos comienzan: El principio. En general y casi sin darnos cuenta, cuando hablamos de arte nuestros comentarios oscilan entre dos diferentes concepciones de lo que se entiende por arte. En sus formas puras, la primera concepción tiene que ver con el arte como expresión y la segunda, con el arte como institución[1]. Rara vez en un diálogo se vuelve explícita esta división y esto se debe a que ambas teorías son válidas y a que en nuestras mentes no existe tal división entre ambos conceptos; precisamente, porque aunque vivimos hablando y pensando, y pensando sobre lo que hablamos, no nos es tan común pensar sobre lo que pensamos[2]. Intentaremos solucionar este malentendido a la vez que disipamos los interrogantes que planteamos al principio. (¿pequeña tarea, eh?)
La primera corriente, llamada Teoría Expresivista, define el arte como la expresión de los sentimientos o la emoción, entendiendo expresión ya sea como: “comunicación” (cuando el artista plasma en su obra sentimientos o emociones que le son propias); o “intuición” (en tanto aprehensión de la individualidad de algo y su plasmación en un hecho artístico); o “clarificación” (de los sentimientos antes indefinidos del artista, por medio del hecho artístico); o finalmente, como una “propiedad de un objeto” (es decir, más o menos ajena al hacer de quien lo produjo)[3].
La segunda corriente corresponde a la Teoría Institucional del Arte, que como su nombre indica, sostiene que “hay instituciones –tales como museos, galerías, revistas y periódicos que publican reportajes y críticas– y hay personas que trabajan en esas instituciones –consejeros, directores, tratantes, críticos– que deciden, al aceptar objetos o sucesos como elementos de discusión y exhibición, qué es arte y qué no.” Entendiendo que: “una obra de arte es un artefacto que tiene el status de candidato a obtener un aprecio que es concedido por alguna persona que actúa en representación del mundo del arte”[4].
El diccionario consultado (AKAL) aborda de manera muy clara, interrogantes similares a los que nosotros nos planteamos antes, y sobre los cuales nos explayaremos más adelante, por ello lo seguimos citando: “Esta definición de arte suscita algunas preguntas. ¿Qué determina –con independencia de ciertas motivaciones generales como la de mostrar un compromiso con el arte– si una institución es o no un miembro del mundo del arte? En otras palabras, ¿es ésta una definición circular en última instancia? ¿Qué supone aceptar algo como un buen candidato al aprecio? ¿No podría ser también que el argumento escape a la circularidad al considerar otros tipos de aprecio y no sólo el de tipo artístico?”Como cabe suponer luego de la lectura de la primera parte de este artículo (en la Edición anterior de Aretha!), en primera instancia adherimos a la teoría expresivista aunque con una importante salvedad: No excluimos la otra teoría, antes, advertiremos sobre su existencia y validez, y marcaremos los efectos negativos que surgen de ella, buscando combinar coherentemente ambas posturas.
Pareciera que ambas corrientes son excluyentes pero cuando se las analiza con propiedad y detenimiento, se llega a la conclusión de que no lo son, sino que el malentendido se debe a que sendas concepciones, en realidad, tienen lugar en planos diferentes dentro de un mismo universo.
En principio, el error de oponer una teoría a otra –sean cuales sean éstas- se debe a la tendencia primaria de valorar todo en base a opuestos (bueno-malo, lindo-feo,…), tendencia que nos atraviesa como seres humanos crecidos en un entorno moral, tendencia nociva que lleva a la intolerancia y la ceguera… cuando en realidad, cada ideología, cada teoría, cada percepción de la realidad, tiene algo de válido y de valioso: por eso debemos construir a partir de la diferencia... Pero no nos vayamos tanto del tema, sólo tratemos de neutralizar esta diferencia en lo que hoy nos compete: la oposición Teoría Expresivista vs. Teoría Institucional del Arte, puesto que la confusión radica aquí mismo...
En la edición anterior de Aretha, tocamos de muchos fenómenos en los que quedaba evidenciaba dicha oposición, recordemos algunos de ellos: Por ejemplo, cuando hablamos de la adopción a ultranza de la teoría institucional del arte por parte de los ámbitos académicos (que acaso no puedan jugar el juego con imparcialidad debido a que ellos en sí mismos son Instituciones…) y de nuestra adopción (acaso, también apresurada imparcial) de la teoría expresivista por sobre la anterior; evidenciamos también la oposición cuando tratamos al Estilo desde estas mismas dos perspectivas: por un lado, como marca personal que emana del interior del autor y se plasma en su obra; y por otro, como norma uniformante que caracteriza a una escuela o corriente artística y que suele ser adoptada conscientemente por sus seguidores; incluso la evidenciamos, cuando hablamos de Industria Cultural de la mano de Adorno & Horkheimer, criticando la mercantilización de lo artístico.
Volvamos ahora al punto en que dejamos la argumentación: La teoría que habla de lo artístico per se, al sostener el arte como expresión, es la expresivista. Mientras que la teoría institucional del arte[5], bien interpretada, en realidad demuestra que muchas veces hay convergencia prácticamente absoluta entre un objeto de arte y un objeto de poder pues en este mundo monetarizado, se nos quiere hacer creer que un objeto dado es “hecho artístico” sólo en la medida en que es a su vez una mercancía. Esto funciona así, nos guste o no, pero no tiene nada que ver con que sea arte o no, desde el punto de vista expresivista. Daremos un ejemplo para ilustrar mejor lo que queremos decir: habiendo hoy por hoy tantas copias de obras de arte (en composiciones musicales, artes plásticas, escritos literarios y demás), muchas veces caemos en el error de suponer que cualquier “objeto bello” es objeto de arte, aunque esté fabricado en serie. Si tenemos un adorno dable de ser considerado “hecho artístico”, pero fijándonos en su base leemos “Made in Taiwan” (por decir algo), nos damos cuenta de que en realidad debe haber miles o cientos de miles de esos artefactos dando vueltas por todo el mundo, producto de la fabricación en serie: ninguno de ellos es la obra de arte en sí, únicamente, a lo sumo, el original a partir del cual sacaron el molde para fabricar todos los demás. Sólo éste, el auténtico, guarda en sí la expresión y el sentimiento, el talento y la experiencia de quien lo confeccionó… los demás, los cientos de miles restantes, sólo se deben a la tecnología y al fordismo. Reparando las diferencias propias de cada disciplina, este ejemplo puede transportarse a la música, a la fotografía, a la escritura, etc. En todo caso la obra de arte es el original, no las multiplicaciones, en cambio, este Sistema que nos posee y atraviesa, desde la noche a la mañana, y en el cual el Dinero es amo y señor, nos lleva a buscar generar el mayor provecho con en menor esfuerzo, naciendo la producción en serie de lo artístico[6] y entonces, se puede también dar valor –aunque es obvio que no el mismo valor- a esas copias, y obtener ganancias de ellas, en tanto “bien hechas” o “bellas”, o simplemente, por ser representaciones o multiplicaciones ad infinitum de objetos artísticos primigenios.
Ahora, como hablamos de que no todo debía ser blancos y negros, corresponde delinear nuestras convergencias y divergencias respecto de la otra teoría, la expresivista. Repasemos lo que hablamos en la primera parte de Paladines y Palacios. “Un hecho artístico es un fenómeno cultural, social, que involucra varios elementos que lo constituyen y son necesarios para su realización. El primero de ellos [en importancia] es la Expresión. La expresión debe distinguirse en buen grado respecto de los demás componentes, para caracterizar al hecho artístico, pero no es el único factor constituyente del hecho artístico, ni mucho menos”. Además del Expresivo, tenemos los componentes: Catártico, Introspectivo, Autocrítico y, para terminar, dando forma de coherencia a nuestros pensamientos, el Institucional. Estos componentes son verdaderas cualidades del arte, de la interacción de las cuales subyacen otras prácticamente igual de importantes: las del arte como algo Involuntario, Necesario y Provocativo.
Analicemos los componentes de los que hablamos en sus interrelaciones, para captar mejor cuál es la función principal, el rango de influencia y los efectos de cada uno en particular, para ello, debemos entender el hecho artístico en tanto exteriorización (Expresión) en gran medida catártica - y por tanto necesaria -, pero sobre todo en gran medida involuntaria, de una percepción subjetiva (Introspección) y sus efectos (Autocrítica), exteriorización que sucede en un contexto codificado, es decir, bajo ciertas normas y convenciones (Instituciones).
Es importante hacer un par de salvedades: debemos diferenciar la Autocrítica (en tanto Interrogación por lo Artístico, es decir, por el Ser Estético) de la Introspección (en tanto Interrogación por uno mismo, es decir el Ser propio); si bien ambas son búsquedas, la primera tiene que ver con las instituciones y los códigos con los que y en los que se maneja lo artístico, mientras que la segunda tiene que ver con descubrir un Yo que permanecía oculto, a través del arte. Hacemos énfasis aquí pues esta aclaración nos servirá cuando abordemos el tema tan importante y tan pocas veces adecuadamente analizado de lo Provocador en el arte.
Explayémonos en la conexión que desde el arte se presenta entre individualismo y la sociedad: el nexo que comporta la cualidad introspectiva del arte: En el tercer número de Aretha!, afirmamos que el arte lleva al autoconocimiento, lo que a menudo deriva en un aumento de la autoestima de quien hace arte, o cuanto menos, de la independencia efectiva respecto del conjunto, respecto de la “manada humana”. Dicha independencia y autoconocimiento conllevan, por lo general, a una mayor comodidad con el propio ser –que no quiere decir “conformismo respecto de las obras producidas” sino, ni más, ni menos, que autoconfianza–. Este movimiento interno muchas veces es inconsciente, pero cuando se produce de manera consciente, proporciona a la persona un mayor entendimiento de sí… y con él, un mayor goce. Este placer, este goce, a su vez y como todos los goces, exige más y más de la persona y por ello el artista se abandona más y más en su viaje… es entonces cuando decimos que producir arte se vuelve “necesario”, y que en las etapas de mayor abandono de sí, producir arte se vuelve predominantemente “amoral” e “involuntario”. Vemos entonces que aunque el artista pueda influir en el acto de hacer arte (a priori o a posteriori, eligiendo temas, soportes, destinatarios, precios de sus obras, concursar o no en certámenes competitivos, etc.), el quehacer artístico en sí, escapa a la voluntad de aquél, por ello, entre otras cosas, dice nuestro tan citado en temas de estética: Benedetto Croce, que la obra artística pertenece más a la Historia del Arte o de la Humanidad toda, …que al artista en sí[7]; esto no impide cierto grado de condicionamiento consciente, no controlable del todo, pero que sí puede ser guiado o dirigido en alguna medida…
Ahora bien, decíamos que ambas teorías no se excluyen porque en realidad tienen lugar en planos diferentes. Mientras la teoría expresivista habla de lo que determina que un objeto sea un hecho artístico, basándose en la relación del objeto de arte en sí, con su productor; la teoría institucional del arte habla, en realidad, del capricho y la oligarquía de los mecanismos de poder que poseen la autoridad necesaria para determinar qué es y qué no es arte, situándose en una posición más realista, si se quiere, de lo que lo hace la otra teoría, a todas luces más idealista. No hay exclusión porque un objeto puede ser un hecho artístico considerando que quien lo produjo plasmó en él sus sentimientos, deseos, su talento y su trabajo, pero puede no ser considerado objeto de arte por otros artistas, por museos, críticos, colegios y demás…, o puede ser considerado arte por ciertas instituciones, pero el autor de dicho objeto no puso nada de sí para producirlo; como también puede ser hecho artístico desde ambas perspectivas en simultáneo, o desde ninguna de ellas. En esta parte traigo a colación un ejemplo que me sirve y mucho: el de la rueda de bicicleta sobre la banqueta, de Duchamp. Aquí, lo que entra en juego es la institucionalidad del arte… pues si quien presentara la dichosa rueda sobre la banqueta, hubiera sido un don nadie, en lugar de Marcel Duchamp, no hubiera tenido ni un ínfimo porcentaje de repercusión del que tuvo de la mano del reconocido artista. Igualmente, si no hubiera sido respaldado por todo un grupo de productores autodenominado dadaísmo (otro medio de institucionalización) tampoco hubiera sucedido. Lo que entró en juego fue el poder de lo institucionalizado. Los personajes ya reconocidos tenían en sí el poder de determinar qué era y qué no era objeto de arte, o al menos, eran considerados “artistas” por quienes sí tenían dicho poder.
Cuando alguien produce un objeto de arte, lo hace en función de lo que ya está hecho: ya sea en oposición a ello, rompiendo sus esquemas, o siguiendo la misma línea, complementando miradas o recursos ya descubiertos pero no del todo explotados. Al hacerlo así, todo objeto de arte, por su misma naturaleza, cuestiona lo establecido, lo que es. Todo objeto de arte se cuestiona a sí mismo (componente autocrítico), y al hacerlo, cuestiona lo que se considera artístico en sí (componente institucional). Pasa, sin embargo, que como las acciones del ser humano tienden siempre al infinito, no hay proporción…, y entonces, aparecen locuras con mayor o menor éxito de acuerdo al poder de las instituciones que las apoyan, de acuerdo al prestigio y reconocimiento de quienes las producen… Bien, aquí comienza la polémica: cuando aparecen “locuras” como exponer palomas vivas en una jaula cuyo piso es a la vez receptáculo de excrementos e ilustración de un personaje religioso; o cadáveres humanos, cuyos tejidos han sido tratados para no descomponerse, arreglados en posturas y actitudes de la vida cotidiana; o una lata de salsa de tomates, lisa y llana; o un lienzo blanco, “vacío”; o un perro agonizante -y sobre él, fuera de su alcance, alimento-, y dejarlo morir en plena muestra… Todos los anteriores son, además de provocaciones[8], cuestionamientos acerca de lo artístico en los que sin embargo no imperan ni predominan la expresión, el talento o la introspección del “artista”, …sino crear polémica, y – atención:– la ostentación del poder de modificar la institucionalidad de lo que es considerado artístico… Por todo ello, no creemos, o mejor, no creo (y en esta parte sólo hablo en primera persona del singular, para no incluir en la bolsa a nadie que no quiera, ni lavarme las manos repartiendo responsabilidades) que sea arte en el sentido que trata este artículo. Repito, pues es bueno que alguien lo diga de una vez y para siempre: en última instancia, dichas muestras sólo se apoyan en el prestigio de su autor, o en la autoridad de las instituciones que prestan sus instalaciones para exponer las muestras. Claro que aquí no se trata de cerrar las salas a esa clase de muestras -eso sería censura e intolerancia[9]- sino de dejar bien en claro cuándo, una obra determinada, se apoya más en la autocrítica o la provocación, y cuándo, en la expresión sincera, en gran medida involuntaria y en gran medida catártica.
Una de las instituciones que normalmente queda fuera de la balacera cuando se habla de tensiones, o directamente luchas, internas del ambiente (arcaísmos, tradicionalismos, cambios, vanguardias, fosilizaciones, y demás), son los medios. Que quedan fuera porque no pertenecen intrínsecamente al ambiente artístico y entonces pasan más desapercibidos. Sin embargo, en un mundo mediatizado, donde quien no aparece en los medios, no existe, estudiarlos es de una importancia crucial...
Ya vimos con cientos de ejemplos – que para qué nombrar – que aparecer en los grandes medios no implica tener talento en lo artístico (ni no tenerlo), sino que se tienen en cuenta factores como el dinero, el amiguismo, o los favores… Los más destacados artistas pueden mostrar su obra en las más importantes salas, pero si los medios no los promocionan, irá una ínfima parte de la gente que iría si se difundieran en grandes medios de comunicación… ¿Pero tiene que ver esto con el arte o con el mercado? En Ustedes dejamos la respuesta…
Para ir terminando, basta decir que esto de ser o no “artista” tiene que ver más con experimentar con uno mismo, que con cartelitos y etiquetas puestas por los sabios mediáticos de turno. Hay un artista en todos nosotros… o, mejor dicho, después de lo expuesto, todos podemos y debiéramos hacer arte…
[1] Está muy extendida también, una tercera idea: la de arte como buen desempeño (“el arte de curar”, “el arte de amar”) o como algo que está bien hecho, o que es una maravilla del ingenio (como una fórmula matemática o un invento), o de la tecnología (una nave espacial, un acelerador de partículas); todas ellas, supuestamente “obras de arte”. Pues bien, no creemos que lo sean. Son sencillamente maravillas de la tecnología, del ingenio, o cosas bien hechas, complicadas, exitosas, o lo que quieras, querida lectora, atento lector, …pero no obras de arte en el sentido que importa a este artículo.
[2] …y mucho menos, pensar sobre lo que pensamos que hablamos, o si nos entendieron lo que pensamos que dijimos… (pero eso es hilo de otro ovillo… ovillo que sin dudarlo trataremos de desenredar, pero en algún artículo futuro)
[3] Diccionario AKAL de Filosofía. Robert Audi (editor). Ediciones AKAL S.A. Madrid. 2004.
[4] Diccionario AKAL de Filosofía. Ídem.
[5] (que fue a la que nos referimos en la 3ª Ed. de Aretha!, criticando severamente que según muchos teóricos “arte era lo que un grupo determinado de personas decía que era arte, en un espacio y tiempo también determinados”…)
[6] Pregunto: ¿No es preferible que haya mil millones de artistas comercializando sus obras, a que nos conformemos con comercializar una obra, de un artista, multiplicada serialmente mil millones de veces? …y ojo que no hablo de talento, ni de institucionalidad, ni de precio…
[7] Croce, Benedetto. Breviario de Estética. Ed. Planeta. España. 1992. (Pareciera que el estructuralismo y otras corrientes del pensamiento, que toman al ser humano como engranaje más que como sujeto, apuntan a ello en todas sus modalidades, aun más que Croce.)
[8] Algunas más constructivas que otras, algunas menos “sanas” que otras, pero no dejan de ser provocaciones…
[9] Y de hecho, nunca falta algún inadaptado intolerante –u organizaciones de ellos…- que en pleno siglo XXI no aceptan las libertades ajenas, se creen con la verdad absoluta, y vuelven con la idea de la censura y el ocultamiento, palabras de por sí oscuras, actividades que llevan (y llevaron en su momento) al verdadero “oscurantismo”…
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